Penúltimo día de vacaciones, hoy por fin la mañana sabía a fiesta, sin planes sólo hay lugar para la improvisación. La piscina de la urbanización suele estar vacía entre semana y mucho más en horario escolar de los niños que viven por aquí. No hay nadie más que nosotros, el agua muy azul cristalina, totalmente en calma parece llamarnos, muy fría pero tengo tantas ganas de bañarme que no tardamos en meternos. El entorno parece transportarnos a otro lugar, lejos.
Después de un rato disfrutando del entorno y de un tiempo estupendo, Luis decide volver a casa, yo me quedo un poco más. El último libro que le regalé queda sobre mi toalla, lo tomo y prosigo la lectura que inicié hace unos días. Me sumerjo paulatinamente, palabra a palabra en cada una de sus páginas. Tras unos minutos, tomo consciencia de cómo me está cautivando el autor con su relato.
Entonces, me detengo a pensar un segundo y me pregunto: ¿será el destino lo que me llevó a él?
Según una leyenda de mi región, dice la tradición que el día de Sant Jordi, los hombres compran una rosa a la mujer y, ésta un libro al hombre. En cinco años, a pesar de recibir mi rosa puntualmente cada 23 de abril, jamás le había comprado el regalo que me correspondía a mi pero, sin saber muy bien por qué, este año pensé en hacerlo. Aquella mañana, iba de camino al trabajo cunado en el margen de la carretera vi a una señora con un puestecillo, detuve el coche y, la mujer, muy amablemente me informó de que todos los beneficios de la venta irían a una protectora de animales y me encontré, en parte, en la obligación de comprar allí mi libro. Ojee entre todos los ejemplares expuestos sobre la mesa y uno llamó mi atención. Nunca había leído a Pablo Cohelo más que algunos párrafos que de vez en cuando colgaba un conocido Brasileño en Facebook. Visualicé rápidamente el prólogo, me pareció interesante, el libro era grueso y sus tapas duras, así que me pareció perfecto para regalárselo a mi chico.
Hoy, mientras el sol bronceaba mis piernas, la suave brisa de la mañana rozaba mi piel y, en medio de una tranquilidad indescriptible donde solo podía oírse el viento y el canto de algún pájaro, he podido sentir como cada frase de mi lectura iba calando en mí, todo era perfecto. Justo entonces he comprendido el mensaje, he entendido que este libro llegó a nosotros por una razón.